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viernes, 13 de enero de 2012

Greguerias ( continuación)

Se puso a caminar con paso decidido, se dijo para sus adentros al menos haré frente a este terco frió, sintió los tacones de sus botas, clavarse sobre la nieve, por un momento pensó risueña, para qué quiero yo cadenas, si tengo agarre.El sonido de sus tacones, la hacían caminar segura, se veía alta y elegante, enfundada en ajustados "jeans" pensó sin dejar de sonreír, no me quedará más remedio que acudir a  los tangas, si bien, los aborrecía.
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Enfundada en un "anorak"  con gorro de lana, y guantes forrados del mismo tejido, camino con prisa, tenía un contencioso cada mañana con su despertador, era con mucho el artilugio más odiado de cuentos poblaban su hogar ; no volveré a trasnochar por mucho que me guste hacerlo, una y no más, aunque de sobra sabría que volvería a caer en la tentación.

De noche era ella misma, sin caretas ni  tapujos era su espacio, su evasión, su relax, el premio de un día de la ceca a meca, allí sentada en la silla, pese a pasarse una buena parte de la mañana en la misma posición, era ella misma, libre de los quehaceres domésticos hechos con sumo amor pero agotadores por propia definición. Hoy no había llevado a los niños, y por un momento extraño el beso matinal, en la puerta del colegio, aunque ilusión le hacia visualizar la imagen de ellos, despidiéndose: Pensó para sus adentros que tenía todo en la vida, y sin embargo a veces sus risas, que tenían mucho de alocadas para los que la rodeaban pues llevaban al engaño, no impedían que se sintiese melancólica, era inquieta, quiera hacer cosas, pero pese  a su aparente dinamismo y fortaleza no dejaba de ser un ser humano con sus miedos e incertidumbres. Vio un negro en su camino, y se alteró un poco y no porque fuera racista, sino por el hecho de haber vivido una mala experiencia comercial con gentes de un país, africano. El sentido común la centro y se dijo para sus adentros que por una faena de un blanco no iba a culpar a todo caucásico que se topara por la calle, además los negros tenían esa fama, de la que tanto había bromeado con sus amigas y  para no parecer loca, reprimió una carcajada.

Ella que siempre soñó, con su propio negocio con ser independiente, y crear, tenía ideas, o al menos eso pensaba, sus ganas de progresar y salir adelante la habían llevado desde pequeña a aceptar todo tipo de trabajos.

Era ambiciosa, aunque no por ello había perdido el norte, y sabía cual era su lugar y de donde precedían sus raíces.

Por un momento pensó cuantas cosas; ahora que había alcanzado una joven madurez le quedaba por hacer, mil y una idea bullían por su mente inquieta, aunque a veces, la intensa actividad que compaginaba entre trabajo niños hogar y tienda la tenían un poco agotada. Pensó en un viaje, y en cual sería su cicerone ideal, pensó en un crucero por un mar calmado, o por un rió en donde el tiempo el lugar o la hora no importasen, tan sólo tener al lado una persona a quien amar, pues amar era su norte y su debilidad su punto de partida y su llegada.
Largo rato permaneció meditabunda, eran esos momentos que desconcertaban a todos aquellos que no la conocían bien, usaba de sus silencios con los que no afirmaba ni negaba, sólo enternecía a su acompañante, se dejó llevar por sus ensoñaciones hasta que se quedó medio adormilada, y  cuando alcanzó en cenit del relax, notó como su cuerpo de mujer quizás alentado por los rayos solares reclamaba su dosis de feminidad, deseó ser abrazada, y abrazar, querer y ser querida, amar y ser amada, extasiarse en una comunión con el cuerpo del ser amado, en medio de aquella tarde que iba perdiendo su nombre, se sintió llena de plenitud, y se dejo hacer, para perderse en él, de un modo entregado sin pensamientos perturbadores.

Y, así hizo el amor, un amor onírico, que duro hasta que el sopor del anochecer y el ruido del bullicio sabatino la devolvió a la prosaica realidad.
Una realidad que la devolvía a la rutina que si bien no confería emociones, fuera de lo común, sin embargo producían la calidez familiar, la leña hogareña, la sombrilla donde cobijarse del sol  y su paraguas protector.

Quisiera tener un amante, retomar emociones perdidas por lo cotidiano, que mata, lo que de locura tiene la pasión prohibida, pero amaba a su esposo y le rompía el corazón hacerle daño, si bien sabía de que en el supuesto hipotético de que eso ocurriese lo haría por amor, por un momento pensó en la máxima Agustiniana, ama y haz lo que te de la gana, con el amor como la gran coartada, el agua bautismal purificadora de todo mal.
Los inviernos eran largos, tan sólo amenizados, por los trinos, de los niños, pues con sus sonrisas picaronas disfrutaba de verdad y se sentía realizada, como toda madre que se precie recordaba los primeros momentos del nacimiento que  por cierto no habían sido fáciles.

Repasó, su vida en un momento de nostalgia, pensó en su marido, hombre cabal, trabajador, buen padre, y por un momento, apartó de su mente la idea de vivir, vivir de forma intensa, sentir emociones que parecían reservadas, a damas de otro "status" social, no porque se lo mereciesen más que ella, sino por la libertad para viajar, decidir que hacer,  en suma poder elegir cómo vivir.
Por la tarde alguien le había echado un piropo, y la verdad no le disgustó nada, pensó en que aún era una mujer muy apetecible.
Se sentía deseable y deseada, y poco le importó si se la podía encasillar en un grupo u otro de mujeres resultonas. 

Sabía que tenía una fuerza interior, que era su motor, un motor que contagiaba a los hombres que se cruzaban en su camino, aunque, albergaba, una cierto temor a no ser siempre bien comprendida por el sexo opuesto.